Mexicano. Criollo, indio, indígena, indigente, gente, persona. Si a esto quería llegar.
Como persona, Mexicana; volteando a la vuelta de la esquina se asoma una historia con un maletín, que parece caro, lo hace parecer caro el hecho de que el que lo porta lo cuide de reojo desde hace una cuadra, aún así el cree que es el que acecha, persiguiendo su destino y no dejando ningún detalle del momento al azar. Un par de personajes me acompañan en esta folclórica y rutinaria escena.
El ya nombrado indigente, que hurga entre el desparramado bote de basura, me hecha sus más sofisticados olores de que va en dirección precisa hacia donde le estorbo. Que valor de vivir entre la gente, sin verla -pensé cuando pasó de largo, ni siquiera tomando en cuenta a los que nos empujó-, casi se le adelanta el camión de la basura, me sentí recompensado al ver que tomaba un par de cosas y se marchaba en paz.
Justo en el recipiente exacto se encuentra el contenido tan variado, varío en la definición exacta: la cuidad; el centro; la esquina; los que vivimos en paz, los que la buscan, los que nos la venden y los que la defienden a como dé lugar.
Olmecas, Mexicas, Teotihuacanos, Mayas, Mixtecas, Zapotecas, Toltecas, Totonacas, Tarascos, Otomíes, Purépechas. Lo que se quede en medio y lo que falte, corre a favor de mi ignorancia. ¡¿Titubear?! Cada una de las culturas, en cada lugar, que les proporcionó las características especificas para desarrollarse como personas… tenían conductas “endémicas” de México.
Mira fijamente al del maletín entre esos lentes de imitación, un poco más pegado a la tienda departamental: con el sonido bochornoso de la animadora y esa canción que está a la moda. Notó ya la presencia el del maletín. Para aparentar, gira rápido la cabeza, fingiendo dolor al morderse una uña, casi caen los lentes al suelo, pero jamás la intención. Da unos cuantos pasos tras el del maletín, aún lo protege un tumulto de gente al del maletín.
En mi México al grito de guerra, se empezó a perseguir la identidad propia antes de que nos hicieran el vendito favor de venir a salvarnos del demonio -pariente lejano de dios, para los ateos- y sus tentaciones novedosas. Territorios, superioridad, seguridad, conocimiento y lo más importante: la necesidad. Con el mismo respeto y honor con el que antes se luchaba por estas bases, lo plasmo: el fascista intento de humanidad, el complejo de superioridad, que en otros lugares –España, entre ellos- fue impuesto, aquí se llevaba cada vez hacia lo mejor, apostando en cualquier momento por lo natural. “Ahora, bien”, si la naturaleza y la naturaleza del hombre, eran más que libres, se intentaba mejorar con cada pelea, con cada intento, con cada relación entre lo natural y lo concreto… ¿De qué independencia nos han librado escribir en la historia si no es en la que nos estamos dejando, poco a poco, compra a compra, diezmo a diezmo construir como realidad?
Esos lentes, aunque parecidos solamente, le dan la misma confianza de pasar desapercibido entre las monjas y la pareja distraída que camina torpemente delante de los camaradas con mochilas bromistas al hombro. El del maletín apenas se distingue desde aquí, lo suficiente como para observar cuando el terror deja caer el maletín frente a sus pies. El de los lentes, que los tiene en su mano ya, deja mostrar sus apenas visibles y salpicados ojos de ansiedad y asombro. Al darse cuenta de que esos tabiques blancos no son para construir, el policía saca su arma y la apunta al par de protagonistas que son reconocidos enseguida, entre gritos y evasiones repentinas; a la pareja de tortolos casi les atropellan el paseo estos dos y el conductor que observa incrédulo desde su vehículo, pone la cereza que faltaba hasta arriba tocando el claxon, aturdido.
No tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, porque creo que estas palabras bastan. Antes peleando por los ideales que llevaban a las guerras a ser tan diversas como los involucrados y sus intenciones por mejorar, ahora vemos guerras diarias por pagarles la guerra a los que siguen luchando contra el demonio. “Ya no hay indígenas que abolir”, creemos creer, “ya no hay naturaleza por invadir”, nos enorgullecemos de vivir donde mismo. y ahora… ¿Quién podrá defenderme?
Internándose al centro, corre despavorido el sujeto del maletín y le pierdo de vista. El de los lentes hace lo propio y huye en dirección contraria, alejándose del centro. El policía comienza un ritual de seguridad seguido de todo un operativo que finaliza mi espectacular visita al centro.
El país en todo momento pertenece al que recupera la historia con unos buenos tragos para celebrar o unos cuantos toques para aguantar. Al que cree ciegamente para amortiguar o al que reza para mejorar. Las nuevas guerras son antes que libradas, enfrentadas por los que reconocen al enemigo verdadero; darle su verdad, de opuesto al enemigo, sitúa en la victoria la causa misma al enfrentarlo.